1 de mayo de 2012

Un gigante, más allá de la imagen

(Testimonio personal de Juan Pablo II, a un año de su beatificación)
Autor: Ricardo Espino

«El hombre vestido de blanco»

Tenía apenas cinco meses, cuando vi por primera vez al Papa  Juan Pablo II.

Era el 8 de mayo del año 1990. El papa se encontraba de paso por mi ciudad, Durango, durante su segunda gran peregrinación a México.

Obviamente, yo no era aún consciente. Cuenta mi mamá que me llevaba en brazos, entre una inmensa valla de gente, que se extendía desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad, en espera de que pasara el papamóvil. Como nosotros vivíamos a las afueras de la ciudad, no resultaba difícil, al menos, ver pasar al Papa…

Del evento,  fisicamente conservo una foto, pero no solo. Tengo también el testimonio y la certeza interior de que recibí la bendición del Papa (aunque no fuera directamente, pero sí muy de cerca, más aún, a solo unos metros). Estoy convencido de que, a partir de entonces, comenzó la historia de mi vocación. De hecho, mi mamá me ha asegurado, cada vez que yo, todavía niño,  le preguntaba por el hombre de la foto, por  “el hombre vestido de blanco”, que ella me puso, a través de Juan Pablo II, en manos de Dios, en caso de que Él me llamara al sacerdocio.

En efecto, nueve años después, esta vocación comenzó a hacerse sentir y de nuevo por el testimonio del Papa Wojtyla.  Era enero de 1999, cuando Juan Pablo II se encontraba por cuarta vez en México. Mis papás, en un primer momento, tenían la intención de llevarme a la capital para ver al Papa, pero finalmente el viaje no resultó posible.

Lo mejor fue que pudimos, desde casa, acompañar al Santo Padre en casi todos los eventos. A mí me impresionaba constatar el cansancio del Hombre Vestido de Blanco, del que tanto había escuchado poseer una vitalidad y una fuerza inconmovibles, a pesar de que una bala hubiera estado a punto de acabar con él. Entonces me parecía como un abuelito, cariñoso y lleno de sabiduría. Pero puedo confesar que verdaderamente esa imagen significó para mí, desde entonces, una lección sobre cómo se puede ser feliz a pesar y con el sufrimiento. Recuerdo que en un momento, mientras veíamos alguna de las transmisiones televisivas, yo me retiré a mi cuarto y me puse a escribir una carta al mismo Papa. En ésta le contaba un poco mi historia, aquello de que me había bendecido con cinco meses, mi intención de ser sacerdote y otras cosas que se le ocurren a un niño…. lo que sí dejé claro es que yo quería ser como él, desde actor hasta sacerdote e incluso papa. Aunque una tía mía se encargó de mandar la carta, nunca recibí una respuesta (mi mamá me explicaba que lo más seguro era que me respondería uno de sus secretarios).

Sin embargo, creo que todavía estando vivo, Dios me concedió a través de él el don de la vocación sacerdotal, de la que nunca he dudado, más aún, el don de una vocación religiosa en un instituto que siempre estuvo en el corazón de Juan Pablo II: la Legión de Cristo. Por lo de actor, desde pequeño adquirí una cierta atracción por el teatro y la declamación, que hasta ahora conservo….

«Del hombre de la imagen al Papa que fue hombre e hizo historia»

Aquel 2 de abril de 2005, siendo ya seminarista, me encontraba de viaje. Más o menos a mitad del trayecto entre las ciudades de León y Monterrey, en medio de un desierto, cerca de las 3:00 pm. nuestro autobús se paró frente a un restaurante.

Ciertamente era la hora de la comida, pero al entrar en el restaurante (llevábamos nuestra comida preparada), casi nadie conseguía probar bocado…. todos permanecíamos atónitos ante la conmovente transmisión televisiva: justo en ese instante, a las 9:45 pm., hora de Roma, el Papa Juan Pablo II acababa de fallecer.

Ya una semana antes, cuando emprendíamos aquel mismo recorrido, camino de León, para comenzar nuestro torneo de la amistad, el padre rector nos había informado de la grave situación en que se encontraba el Santo Padre. La verdad, personalmente, no podía siquiera imaginar que tan sólo ocho días después, Juan Pablo II partiría al cielo. Como ha pasado a otras muchas personas con las que he hablado de esto, era difícil imaginar a otro papa que ocupara su lugar, un lugar en el que Karol supo mantenerse firme, con la gracia de Cristo, durante casi veintisiete años.

En aquel momento yo tenía quince años y, por lo tanto, cuando pensaba en “el Papa” o incluso en “la Iglesia”, no podía sino referirme constantemente a la figura de Juan Pablo II. Gracias a Dios, ahora que vivo en Roma y he tenido la oportunidad de seguir de cerca el pontificado de Benedicto XVI, un Papa igualmente providencial para nuestro tiempo, he aprendido a no quedarme sólo con la imagen o el recuerdo, antes bien, he madurado en mi conocimiento y amor por la Iglesia, desde la lectura, estudio y asimilación tanto del magisterio, como de la vida y testimonios de los grandes hombres de Iglesia, particularmente de Juan Pablo II.

Digo esto, porque a mí también me ocurría lo que a mucha gente, después de la muerte del Papa Wojtyla: el recuerdo de su rostro, de sus expresiones, tan cargadas de vitalidad y fuerza, como también de sufrimiento, parecía absorber todo lo demás, es decir, todo el aprecio por la persona del Papa y quizá inconscientemente, todo ese orgullo de saberme católico, miembro de una Iglesia guiada por un líder de tan alta talla….

Sin embargo, me he dado cuenta de que, en realidad, no conocía al verdadero Juan Pablo II, al hombre, al filósofo y sobre todo, al santo. Gracias a Dios, había sido en aquel contexto de preparación para el torneo de la amistad, que comencé a interesarme enserio por conocer la vida y las principales enseñanzas no sólo del Papa Wojtyla, sino de los grandes papas del siglo XX.

El hecho fue que uno de los concursos académicos del torneo trataba precisamente de la vida de los papas. Finalmente, dicho concurso no se hizo, pero yo me quedé bastante inquieto por conocer más sobre el tema. Fue así que comencé a leer las biografías de los papas, primero una de Juan XXIII, después de Pablo VI. Me entretuve tanto con este último, cuya vida y pontificado me parecieron tan heroicos, que sólo pasé a Juan Pablo II, después de cuatro años.

En efecto, durante el verano de 2009, me encontraba ya realizando mis estudios humanísticos en Salamanca, España y esta vez, el interés por el tema lo reemprendí por otra vía: la historia. Ese año había estudiado la historia del mundo contemporáneo, desde la Revolución Francesa hasta la caída del Muro de Berlín. Me había empeñado en algunas lecturas de ciertos historiadores de la Iglesia y del mundo, a manera de complemento, como Fernando G. de Cortázar, Paul Johnson y Ricardo de la Cierva, entre otros. En todos ellos, logré captar y apreciar como nunca antes, la importancia que el pontificado de Juan Pablo II tuvo en la historia más reciente, sobre todo en tres importantes eventos: el derrumbe del comunismo, representado con la caída  del Muro de Berlín, y la consecuente restauración Europea; el establecimiento de relaciones diplomáticas (sin precedentes) entre la Iglesia y numerosos Estados; la mayor incidencia y colaboración efectiva  de la Iglesia en los problemas que afectan al mundo, como la paz y la pobreza.

Posteriormente leí el bestseller de George Weigel, Witness to Hope, la  más grande y mejor documentada biografía de Juan Pablo II. En ella, he podido descubrir y valorar en toda su riqueza, así como en su inserción dentro de la historia contemporánea,  las grandes facetas de Karol Wojtyla, como hombre, sacerdote, filósofo, obispo y papa. Un verdadero testimonio de esperanza, sobre todo para nuestro mundo actual, tan sediento del sentido profundo de la vida y de los valores humanos más genuinos.

         Actualmente, me encuentro inmerso en un proyecto de investigación sobre el pontificado de Juan Pablo II, el cual me está siendo de mucha utilidad, ante todo personal. La lectura de sus sólidas y magistrales encíclicas, me ha hecho visualizar la magnífica labor y empeño de la Iglesia en la edificación de una nueva civilización cristiana, de una civilización del hombre en Dios.

Son verdaderamente numerosas sus intervenciones en defensa de la vida humana, de la dignidad del hombre y de los derechos y valores inalienables del mismo. Desde el inicio de su pontificado, destaca la encíclica Redemptor Hominis, donde afirma, con el Concilio, que el hombre es el Camino de la Iglesia y que ésta debe llevar a Cristo al hombre y éste a Cristo.

Se encuentran por otro lado sus elaboradas y analíticas encíclicas sociales, sobre todo Sollicitudo Rei Socialis y Centessimus Annus, una autentica visión cristiana del progreso y el desarrollo social, que ha arrojado mucha luz a personas incluso no creyentes, o a políticos, como en el caso del propio presidente soviético M. Gorbachov; sin dejar de lado sus ricos arsenales de espiritualidad y teología como la Dives in Misericordia o la Ecclesia de Eucharistia.

Además contamos con sus oportunas intervenciones en defensa  y promoción de las dimensiones racional y moral del hombre, como la Fides et Ratio y la Veritatis Splendor. 

Con todo este vasto legado, puedo decir que he quedado verdaderamente enriquecido  e incluso me siento más profundamente confirmado en mi identidad católica y en lo que estoy llamado a ser, sacerdote. Esta pasión por el hombre, creado a imagen de Dios y destinatario de la Redención de Cristo, capaz de conocer la verdad y de obrar el bien,  que siempre estuvo en el corazón de Karol Wojtyla, y que le movió a contribuir audazmente con su palabra, sus escritos y en primera persona  en grandes cambios revolucionarios, como la liberación de su patria del totalitarismo marxista, es lo que me estimula hoy más que antes, a seguir adelante en mi vocación al sacerdocio. Y esto, por gracia de Dios, lo he recibido a través de la persona y el testimonio de este hombre, de este santo.

Podría continuar, pero mi intención es más bien presentar mi propia experiencia, que espero pueda servir de ayuda a cuantas personas Dios nuestro Señor ponga en mi camino hacia el sacerdocio, como un don que no puedo quedarme para mí mismo. En este sentido, creo que todos nosotros, que de algún modo hemos visto y conocido a Juan Pablo II, tenemos la responsabilidad, ante Dios y ante muchas almas, de ser no sólo testigos sino imitadores de cuanto Jesucristo, Único Maestro, ha querido encarnarnos y actualizarnos de su Evangelio,  a través del Beato Karol Wojtyla.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen artículo. Juan Pablo II... ¡hombre extraordinario! La personalidad de este hombre de Dios, unida a su bondad y carisma, conquistó incluso el corazón de los no creyentes.

Anónimo dijo...

Excelente artículo.
Una buena inspiración para los chicos que desean entrar al Seminario, o incluso para los que ya forman parte de sus filas.

Anónimo dijo...

Muy buen artículo.
En este Testimonio se ve como Dios nos va poniendo en el camino a las personas idóneas y también las herramientas que nos ayudarán a llevar a cabo la Misión que desde siempre El ha pensado para cada uno de nosotros.

Anónimo dijo...

Buen testimonio para jovenes emprededores de Fe, que no se conforman con vivir solo por vivir , sino para dejar huella y ejemplo en este mundo, como lo ha hecho y bien hecho por Juan Pablo II como testamento para las nuevas generaciones.