29 de junio de 2012

Matar por compasión

Autor: Juan Gabriel Ascencio

Dejar caer cinco pesos en el sombrero viejo de un pordiosero aún más viejo, acercarnos al niño perdido que llora por la calle, devolver a su nido al polluelo caído del árbol, escuchar a la abuela que narra su primer encuentro con el abuelo ya difunto, visitar a la vecina que ha sido recién operada en el hospital. ¿Puede haber algo más auténticamente humano que esto que nos brota desde lo íntimo? El sello dorado de la naturaleza garantiza estos impulsos nacidos de los resortes más hondos del espíritu. Desde tiempo inmemorial estos actos fueron bautizados con el nombre de “compasión”, y en México hallaron una cuna materna para desarrollarse y arraigar entre todas las clases sociales y en todos los tiempos y latitudes.

Por ello hay que velar para que no le pase a la Compasión, un valor auténticamente humano, lo que le suele pasar a la leche: que nos la rebajen con agua, que grupos interesados hagan pasar por compasión lo que no es compasión, sino egoísmo cubierto de moños hasta las pestañas. Instrumentalizan nuestro natural instinto de compasión quienes promueven acciones contra la vida diciendo que “han actuado movidos por la compasión”. Resulta instructivo recordar que antes de recibir su título de “doctor muerte”, a Jack Kevorkian (1928-2011), el médico norteamericano que se enorgullecía de haber practicado más eutanasias, le encantaba hacerse llamar por sus entrevistadores “doctor compasión”.

Afortunadamente, en México la gente intuye que hay algo que “no va”, que “algo falla” cuando se intenta justificar la eutanasia diciendo que “es lo que dicta la compasión debida a los enfermos terminales”. Captamos bien que hay alguna tuerca floja en el argumento. Pero nos fallan las palabras al tener que explicar precisamente dónde está el fallo, o en qué consiste el error. A fin de cuentas debemos afrontar esta pregunta: ¿por qué se puede afirmar que la compasión auténtica no consiente que se prive directa y activamente de vida a quienes sufren de enfermedades terminales? Buena parte del engaño se esconde detrás de una ligera diferencia entre dos palabras muy hermanadas: compasión y misericordia. Se parecen, pero no son lo mismo.

La compasión es algo instintivo, un movimiento del corazón que nos lanza hacia fuera de nosotros mismos y nos hace salir al encuentro del sufrimiento ajeno para intentar aliviarlo. Es el antídoto que nos da la naturaleza contra el veneno del desinterés vergonzoso y apático de quien puede caminar al lado de un herido o de una persona que implora auxilio sin sentir apenas cosquillas en la conciencia. 

Pero siempre que hay una fuerza ciega, el orden exige que haya algo que la oriente para evitar que cauce destrozos. Si no hay presas que la contengan y distribuyan, el agua de las tormentas puede causar inundaciones en vez de servir para regar sembradíos. Algo similar pasa en el caso de la compasión y la misericordia. En efecto, si la compasión es un impulso instintivo, ahí está la misericordia para darle un fundamento y para guiarla de modo que no se descarrile.

La misericordia se define como un vínculo estable entre dos personas: padres e hijos, hermanos entre sí, vecinos, amigos, compañeros de trabajo o de escuela, etc. De este vínculo de unión se derivan derechos y obligaciones precisos. Es, por tanto, algo más consciente, más racional y determinado por la reflexión atenta. A la misericordia le toca determinar el modo en que debemos actuar para ser fieles al vínculo que nos une con nuestros padres o hijos, amigos, y demás personas.

Abandonada sin la guía de la misericordia, la compasión sólo busca poner fin al sufrimiento ajeno. Simplemente se preocupa por hacer algo para que cesen la pena y el infortunio sin pensar en sus consecuencias o su licitud. La compasión no se plantea jamás la pregunta: ¿pero es correcto lo que voy a hacer? Ya mucho mérito tiene el que nos haga salir de nuestro desinterés ante el dolor ajeno. Es ahí donde la misericordia debe hacerse presente y tomar el control de la situación, pues la misericordia nunca olvidará que no puede poner fin activa y directamente a la vida de la otra persona. Y la razón de esto es evidente: la misericordia es una relación de fidelidad entre dos personas. Y el derecho a la vida hasta su fin natural es un elemento irrenunciable de la persona. Por tanto, quien considera la posibilidad de practicar una eutanasia ya no considera que está delante de una persona. Esto es la negación de la misericordia, su degeneración y destrucción.

Se comprende ahora que quienes abogan por la eutanasia en nombre de la compasión renuncian a la guía de la misericordia. Su táctica está en apelarse a ese instinto, tan ciego como noble, que busca hacer cesar el sufrimiento del enfermo terminal. Quieren que nos guiemos por el puro instinto, sin dejar paso a las preguntas objetivas sobre si es lícito o no, si es oportuno o no, si es digno de la persona o no. Querer legitimar una acción argumentando que es instintiva, igualmente podría llevar a legalizar el asesinato, el robo, el adulterio o cualquier otro crimen del que se pueda decir que alguien “lo hizo movido por un instinto”.

Un buen ejemplo de la unión armónica entre la compasión y la misericordia es la famosa parábola del Buen Samaritano: un viajero solitario que cayó en manos de una banda de ladrones -cosa tristemente actual en nuestro país- y que, para colmo de males, quedó tendido al lado de un camino transitado por personas de clase elevada. Y narra el Evangelio que un samaritano se detuvo porque al verlo, sintió compasión ante el viajero que había quedado medio muerto. Pero su acción fue guiada por la prudencia y la misericordia. Lejos de rematarlo para poner fin a su agonía, le prestó auxilio y lo llevó a una posada. El texto deja entender que este desafortunado ya se encontraba en vías de recuperación cuando el samaritano lo dejó a cargo del posadero. Terminada la parábola, Jesús preguntó a sus oyentes quién se había comportado como prójimo del viajero solitario. “El que practicó la misericordia con él”, respondieron ellos, y Jesús añadió: “Vete y haz tú lo mismo”. Y podríamos añadir nosotros: “Vete y aprende a distinguir la compasión y la auténtica misericordia”.

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