4 de junio de 2012

Más allá de la muerte

Autor: Robinson García
Toda la vida está ajetreada por un sinfín de actividades en las que dedicamos nuestro tiempo a nosotros mismos, a los demás o a Dios. Vemos que el tiempo se nos escapa de las manos y queremos hacer más y más, comprar lo mejor, disfrutar lo más posible, porque pensamos que después no tendremos ni un minuto para hacer aquello que queríamos hacer o pensamos que después todo acabará sin más.
Todo este activismo, y la influencia materialista y consumista que nos presenta la sociedad, priva nuestros corazones de tiempo para meditar sobre aquellas verdades centrales como la de la muerte: es un hecho que algún día llegará, es un momento del cual nadie puede escapar, del cual nadie puede esconderse, pues simplemente llegará, hoy, mañana, en muchos años, pero llegará.
A los niños, por ejemplo, muchas veces se les impide ver la muerte de sus familiares más cercanos, todo envuelto en el buen deseo de no hacer daño a su psicología. Aunque, en realidad, son ellos quienes muchas veces ven la muerte con ojos más sobrenaturales. Así se les impide afrontar una realidad que los entrenará para ocasiones futuras.
No se trata de quitar el miedo a la muerte, ni de crear una mentalidad pesimista. Lo importante es abrir los ojos ante una realidad que llegará algún día y que puede servir como motivación en la vida personal.
La muerte para el cristiano debe convertirse sólo en un paso, doloroso para muchos, pero no deja de ser un paso para el que se tiene fuerzas. Más allá de la muerte nos espera con los brazos abiertos la persona que más nos ama y que ha dado su vida por todos. Es más allá de la muerte donde el alma encontrará esa felicidad que tanto ha buscado en la tierra. Es más allá de la muerte donde el hombre nacerá para la vida eterna y donde el dolor ya no pesará sobre sus hombros.
Como consecuencia de todo esto, el cristiano ve que la muerte no es fin, sino el comienzo de toda una eternidad vivida con Dios, con alegría, con satisfacción. Es por eso que vale la pena invertir tiempo, virtudes y oraciones en nuestra alma para que al llegar aquel momento, nos encontremos tranquilos y con la satisfacción de haber hecho todo lo que estaba a nuestro alcance para agradar a Dios, evitando el pecado, y viviendo, no de acuerdo al materialismo, consumismo… sino por el amor que lleva al hombre al encuentro con Dios.

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