26 de junio de 2012

¡No muero, entro en la vida!

Autor: Douglas Merlini
Todos hemos experimentado alguna vez la pérdida de un ser querido. La muerte es incomoda a todos, pues es misteriosa. No sabemos lo que vendrá después, pero si vivimos en medio de tantas maravillas de Dios en esta vida, ¿cómo no será mucho mejor lo que vendrá después de ella, al estar viviendo con Dios?
Una niñita de nueve años había perdido su perrito, su mejor amigo, el de tantas aventuras. Estaba llorando mucho, mientras miraba por la ventana cómo enterraban a su mascota.
Su abuelo se aproxima a ella, le da un abrazo y dice: “Qué escenario tan triste este, ¿no?”
Este comentario produjo en la niña más lágrimas y tristeza. Pero el sabio abuelo sabía lo que hacía. Toma su nieta de la mano y la lleva al otro lado de la casa, delante de otra ventana. Le enseña el jardín todo lleno de rosas y le dice: “¡Mira! ¿Te acuerdas de cuando tú me ayudaste a plantar esas rosas? Eran apenas ramitas llenas de espinas, y mira ahora cómo está lleno de rosas y botones como promesas de nuevas rosas”.
La niña enjuga una última lágrima que resbala como un diamante de sus ojos y contempla por un momento, maravillada, las rosas, las amapolas y las abejas volando sobre ellas. El abuelo satisfecho de haberla ayudado en un momento de dolor le dice: “¡Ve, hija mía, la vida siempre nos ofrece una nueva ventana!”
La muerte no lo es todo. Llorar por la pérdida de alguien es una reacción humana, pero no podemos quedarnos solo con la muerte. Este dolor debe acercarnos a saber quiénes somos y llevarnos a algo mayor. Es la fe la única que puede tranquilizarnos, y el amor el único que puede llevarnos a vivir cada día como si fuese el último.
Vivir intensamente, como Jesús, e intensamente prepararnos para la otra vida. La realidad es que no morimos, sino que entramos en la vida, como dijo santa Teresita de Lisieux.
Si vamos al diccionario encontramos la siguiente definición de muerte: cese definitivo de la vida. Pero es precisamente allí donde comienza la verdadera vida, no material, sino divina, la vida con Cristo.
Vivir en esta tierra 50, 60, 80 años, no tendría ningún sentido si todo se acabara cuando nuestro cuerpo dejase de funcionar. Debe haber algo mucho mayor, es necesario que haya Vida. Si nos quedamos frente la ventana de la muerte como la niñita de la historia, entonces para nosotros la muerte sería el fin de todo. Pero si la vemos con la fe en la resurrección, es un nuevo comienzo, es renacer en Jesucristo, es renacer con Él, es vivir, es vida…pero ahora para toda la eternidad.
Así fue con Jesús. ¡Qué grande gracia no nos ha venido con su muerte! Aunque la muerte causa dolor en todos los casos, la muerte de Jesús debe también traernos la esperanza de vivir con él, de resucitar con Él. “Quien es muerto por los hombres - decía Víctor Hugo, célebre escritor francés - es resucitado por Dios. Quien es expulsado por los hermanos, encontrará al Padre. ¡Rezad, creed, entrad en la vida! Éste es el padre, éste es Dios, esto es vivir, esto es la resurrección”.

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