12 de junio de 2012

Cambiemos el mundo

Autor: Diego Morales

Vivimos en un mundo muy distinto de aquel en el cual vivieron nuestros bisabuelos y los abuelos de nuestros bisabuelos. Internet, televisión, celulares, nintendos, computadoras, coches de alta velocidad, aviones, yates de lujo, abastecimientos gigantescos de comida y enseres, I-Phones, I-Pads, I-Pods y todos los I-‘s que faltan, llenan nuestras largas listas de cosas que queremos tener o que tendríamos que tener.

Junto con esto viene un gran incremento del egoísmo, de trabajar para mis cosas, de no salir de la esfera de nuestras comodidades y seguridades. Vivimos en un mundo en el que el relativismo impera en todos los campos; así que todas las opiniones y maneras de actuar son neutrales, todo depende. El bien y el mal son ya cuentos de la Edad Media con los que nos querían imponer una moralidad que va contra nuestra naturaleza de «ser libres». Y no hablemos de Dios, ese dominador malvado. Una etapa ya superada por la técnica, y en la que todo lo perteneciente al pasado está simplemente «fuera de moda». Vivimos en un mundo que parece ir a su propia destrucción, y es un camino del que parece ya no haber escapatoria. ¿Qué hacer?

Hay muchos que simplemente se quejan por las barbaries de nuestro mundo, quedándose cómodamente sentados en sus poltronas para continuar viendo el desenlace final de sus predicciones. Otros parecen no darse cuenta de las reales necesidades que hay en nuestro mundo y dicen que nunca habíamos estado tan bien, que no pasa nada, que no hay que exagerar. De paso están los que ni cuenta se dan de las cosas, pues viven inmersos en su día a día que no les deja ni un segundo para pararse a reflexionar el porqué, el para qué, y el por quién de toda su actividad frenética.

Quisiera proponer otro camino. Uno más difícil, pero que valdría la pena intentar. Es el de protagonizar, el de ser héroe. El de levantarse del sillón y comenzar por cambiarnos a nosotros mismos. El de abrir los ojos a las realidades que se tienen que cambiar, y empezar por nuestra propia familia, por nuestros amigos y colegas. De pararnos un momento a reflexionar sobre las cosas más importantes de nuestra vida y poner manos a la obra antes de que sea demasiado tarde.

La sociedad está constituida de hombres y mujeres como tú y yo, y no va a cambiar sin la colaboración que tú y yo le damos. ¿Es esta una utopía? ¡Claro que no! No podemos quedarnos toda la vida a esperar que alguien cambie el mundo. Eso sí es una utopía. Debemos por el contrario luchar por cambiar ese pedacito de mundo que tenemos a nuestro alrededor. Eso sí lo podemos hacer. No tenemos que preocuparnos incesantemente por «el mundo que le vamos a dejar a nuestros hijos y nietos», debemos ocuparnos más bien por los hijos y nietos que le vamos a dejar a nuestro mundo.

Criticar es muy sencillo, pero luchar es arduo. Si queremos un mundo mejor, pero de verdad, deberíamos ya estar cambiando el mundo de nuestro alrededor. ¿Cómo? Tratando a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros, sonriendo, haciendo actos de caridad, siendo el mejor esposo o esposa, padre o madre, amigo o amiga, trabajador o trabajadora que podamos ser. Y esto cuando nos sentimos bien y cuando nos sentimos cansados o agobiados.

Tú no puedes cambiar el mundo por ti mismo, pero puedes ayudar a cambiarlo. Puede ser que nunca salgas en la televisión, ni en el periódico, ni en youtube, por las «grandes» cosas que haces para cambiar el mundo; pero eso no quita que estés haciendo cosas verdaderamente grandes y hermosas que hagan progresar la sociedad.

Las buenas madres no suelen salir en los periódicos, como tampoco los buenos padres. Los verdaderos amigos no salen en los programas de televisión ni en el internet. Nunca nos sentaremos a ver las noticias para que nos digan que ésta o aquel otro siempre le ha sido fiel a su esposo a su esposa; o que aquella mamá acaba de tener una noche dura tratando de aliviar la fiebre de su hijo.

Ya lo dice el refrán: «El bien no hace bulla, y la bulla no hace bien». Encaminémonos por la vía de aquellos que verdaderamente cambian el mundo con su granito de arena «que nadie ve», pero que a la larga dará fruto abundante. Yo conozco muchísimas de esas personas: es posible.

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