Autor:
Fernando Pascual
La
Iglesia católica tiene una doctrina secular. ¿De dónde viene? ¿Cuál es su
fuerza? ¿Qué es modificable y qué resultaría “fijo”?
Las
preguntas anteriores adquieren un sentido más intenso frente a algunas
expectativas de cambio. Por ejemplo, frente a quienes desean que la Iglesia
modifique su enseñanza sobre la anticoncepción, sobre el aborto, sobre el
divorcio, sobre la comunión de las personas que viven unidas sin matrimonio,
etc.
Para
responder, hay que recordar un dato básico: la Iglesia nace desde Dios y busca
ser fiel a su Fundador, Cristo. Sólo a la luz de ese dato, que la Iglesia
considera central, se pueden afrontar las preguntas sobre el sentido de los
dogmas y de otras enseñanzas de tipo moral, litúrgico...
Por
lo mismo, la Iglesia no formula sus enseñanzas según parámetros de tipo
sociológico. No hace encuestas para ver cuántas personas creen en la Trinidad y
cuántas no creen. No se adapta a las tendencias de la gente para ganarse más “adeptos”.
No busca contentar a los políticos ni a los periodistas.
Al
contrario, la Iglesia mira siempre a Cristo, a su Evangelio. Acoge una
Revelación (contenida en la Escritura y la Santa Tradición) y busca conservarla
y transmitirla a todos los hombres.
Desde
ese deseo de conservar y vivir lo que recibe, la Iglesia no puede cambiar
aspectos claves de sus enseñanzas, ni puede ceder a las presiones de quienes,
dentro o fuera de la Iglesia, promueven y suscitan en la gente expectativas de
cambios dañinos que llevarían a avanzar hacia la mentira y la traición al
mensaje de Cristo.
Por
mencionar un punto concreto, la Iglesia no puede admitir a los sacramentos a
quienes viven en una situación abiertamente irregular. Por ejemplo, enseña que
quienes han roto por motivos diversos su matrimonio y ahora viven maritalmente
en una unión no sacramental, no pueden recibir la Eucaristía ni la confesión
mientras no hagan un camino de penitencia y se comprometan a un cambio profundo
de vida.
Generar
sobre este punto, y sobre otros, falsas expectativas de cambio no es correcto
ni es justo. Los hombres y mujeres de hoy, como los del pasado, necesitan
recibir el mensaje de Cristo en toda su belleza y en toda su exigencia. La “puerta
estrecha” (cf. Lc 13,24) no puede dejar de ser lo que es, mientras sea
la puerta del Maestro.
Lo
que sí necesitamos es cambiar nuestros corazones cuando el pecado nos ha
apartado de Cristo. Para ello, contamos siempre con la gracia de Dios. Si una
enseñanza parece difícil, el creyente encontrará en Cristo fuerzas para
acogerla y para vivirla.
No
necesitamos, por tanto, falsos apóstoles que adulteran el Evangelio, sino
testimonios coherentes y fieles al mensaje que viene de Dios y que permite
entrar en el maravilloso mundo de la misericordia.
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