Autor: Mario
Rodríguez
"Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre” (Jn 6,51). Jesús mismo pronunció estas palabras. Últimamente me han hehco reflexionar sobre el sacerdocio. Cristo da a los sacerdotes un poder extraordinario. Las manos del sacerdote alimentan a los hombres con el Pan de la Eucaristía, que da la eternidad.
No acaba todo aquí. Sus manos también
derraman el agua del bautismo que abre a quien lo recibe a la adopción divina.
Sus manos bendicen haciendo el gesto de la cruz. Bendicen los matrimonios. Dan también la última despedida a nuestros
seres queridos, preparándolos para el abrazo eterno de Dios. Las manos de un
sacerdote, en definitiva, derraman eternidad.
Es Jesús quien ha querido dar este
regalo a la humanidad. No hay sacerdote sin Eucaristía ni Eucaristía sin
sacerdote. Y, como dice San Juan Pablo II, la Iglesia surge de la Eucaristía,
del corazón de Jesús. ¿Qué sería de nosotros sin este regalo que Dios nos ha
dejado?
Oremos por los sacerdotes, para que sean
fieles servidores de la gracia. Oremos también por las vocaciones, para que
siempre haya servidores de Jesús que pasen haciendo el bien; que siempre haya
manos que comuniquen eternidad.
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